Fushimi Inari – Kioto Central II
Seguimos caminata rumbo al Parque del Palacio Imperial.
El parque es inmenso, tiene 1300 metros de largo por 700 metros de ancho. Adentro se encuentran los dos palacios imperiales, el palacio propiamente dicho y uno que sirve las veces de palacio de retiro para los emperadores retirados. También hay un santuario, otros jardines y muchos espacios y caminos de paseo.
Nosotros comenzamos el paseo por un santuario que estaba vacío, solo gatos, patos y agua. Muy lindo y pacífico.
De pura casualidad, por un urgente llamado de la naturaleza, visitamos unos baños públicos del parque. De más está decir que no se parecen a ningún baño público posible de encontrar en nuestro país. Realmente bellos. Lo único imposible de comprender es por que razón poseen un plano del baño en la puerta de entrada…
No hay manera en el universo de confundirse acerca de cual es el camino que lleva hacia el Palacio Imperial. Calculamos que habrá tenido unos 60 o 70 metros de ancho y a lo lejos, como a 500 metros más atrás se divisan sus puertas.
Salimos del parque sin haberlo recorrido por completo porque queríamos llegar a ver otras cosas más. De camino nos encontramos (para variar) con más cosas lindas y fotografiables.
La pura verdad es que a este castillo no le teníamos demasiada gana, pero la chica que nos hospedaba en Kioto nos dijo que no podíamos perdernos el Castillo de Nijo en nuestra visita a la ciudad. Después de hacerle caso podemos decirles que es un imperdible y tenía razón. Está compuesto de varios “anillos” o círculos de defensa. Algunas partes del complejo fueron destruidas por un rayo y por un gran incendio y reconstruidas.
En el interior, preservado para visitas guiadas en su forma original en cuanto a la estructura, no se puede tomar fotos. Durante todo el recorrido vas pasando por habitaciones que van desde las cortes del Shogun hasta sus habitaciones privadas. La diferencia en cuanto a los tallados y la calidad de los tapices y las pinturas dejan en evidencia las importancias de cada área.
Una puerta lateral del castillo nos tuvo presos más de media hora. Era imposible dejar de mirar, admirar y fotografiar la incontable cantidad de detalles y trabajo que tiene. ¿Como son posibles semejantes tallados en madera? No hay palabras para describirlo así es que deleítense con la cantidad (muy abreviada) de nuestras fotos.
Además de la belleza de todos los edificios que componen los terrenos del castillo, es asombrosa la escenografía general. Los verdes, los árboles, las aguas… todo se veían increíble.
En una parte subís a lo alto de una de las murallas de defensa y te permite obtener buenas y amplias vistas de la zona.
Y viendo las casas auxiliares al castillo es como terminamos nuestra visita a este hermoso complejo que ahora se encuentra entre nuestros elegidos como infaltables en tu visita a Kioto.
Para cerrar nuestro día, nos fuimos a cenar a un lugar recomendado en la escena de la ciudad: Pontocho. Es un estrecho callejón que se encuentra al lado del río Kamogawa. Está repleto de restaurantes, algunos sumamente exclusivos y caros, otros por suerte no tanto. Los restaurantes de un lado tienen la ventaja de que la entrada da al callejón pero las ventanas de atrás dan al río.
Finalmente, tras recorrer y mirar los nada accesibles precios para argentinos del lugar, terminamos entrando a un lugar que parecía tener comida que podía interesarnos a un precio que podía no matarnos. Era un lugar muy tradicional, nos hicieron sacar los zapatos para subir a un segundo piso con ventana al río. Era tal el hambre que nos olvidamos de sacar fotos de algunos platos. La comida era deliciosa pero las porciones eran muy chicas por lo que tuvimos que pedir más. Afortunadamente en la segunda tanda incluimos algo a lo que no le teníamos demasiada fe por la descripción pero que era absolutamente exquisito: skins de piel de tofu. La cuenta no fue económica pero valió cada centavo.
Terminamos nuestro paseito por Pontocho y su atmósfera particular viendo las luces de Kioto de noche.
Lindo día – linda noche.